domingo, 30 de agosto de 2020

 

RELACIONES FUGACES

 

          Suena el teléfono, lo descuelgo.

          —¿Diga?

          —¿Randa? Soy yo, tesoro. Ya estoy en la M-30. El tráfico está espeso como las lentejas que hace tu madre —reprimo una carcajada—. De todas formas, estaré ahí en quince minutos.

          —De acuerdo —le digo.

          —No quiero que me recibas desnuda como la última vez —me pide.

          —¿Entonces? —le pregunto.

          —Déjate los pendientes puestos, el tiempo ha refrescado —me dice con voz de arena.

          —Es así como voy ahora vestida —le informo, sintiendo arder las mejillas y el mistral trepar por mi espalda como una enredadera.

          —Pues dile a tu piel que la espera ha concluido, porque mis labios ya están a siete semáforos de distancia —me dice antes de colgar.

          Me retiro del teléfono con una sonrisa en mis fruncidos labios, y sin ningún remordimiento por haberle mentido a un desconocido. Y es que cuando pasas de los sesenta años, los hombres solo te llaman por equivocación. 

 

 

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