domingo, 30 de agosto de 2020

 

CALPURNIA

 

«Tienes el cielo en los ojos», le dijo el forastero mientras Calpurnia lo desnudaba con la dulzura de una madre. Era la puta del pueblo, y una puta peculiar. Si te subías a su cama no pagabas ni un centavo. Solo cobraba a los hombres de los que se enamoraba, porque el amor, decía, le despertaba un apetito desordenado que costaba plata satisfacer.

En la taberna, todos presumían de haber pagado alguna vez; sin embargo, ella hacía meses que vivía de la caridad de las esposas agradecidas, hartas de soportar las babas de sus estúpidos maridos.

Aquella noche, Calpurnia entró en el local y pidió un filete con patatas, dos huevos fritos y una botella de vino. Los clientes se miraron buscando al afortunado; hasta que entró aquel guapo forastero que, tras demorar una mirada de amor en la prostituta, invitó a todos a una ronda antes de partir, cosa que hizo después de besar a la afortunada, con la promesa de regresar a por ella al día siguiente.

Esa madrugada, las mujeres del pueblo enterraron el cadáver del forastero en el maizal, como de costumbre.

 

 

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